EL LABERINTO
El significado cultural y la interpretación del laberinto como símbolo es muy rico. En la prehistoria los laberintos dibujados en el piso servían quizá como trampas para los espíritus malévolos o más probablemente como rutas definidas (coreografías) para danzas rituales. En varias culturas el laberinto también es asociado a ritos de iniciación que implican la superación de alguna prueba.
Como símbolo del Camino es lo que obliga al hombre a moverse, lo que le arranca del estatismo, es un símbolo de Iniciación. Todas las civilizaciones que pretendían hacer crecer al hombre, lo obligaban a dar ese primer paso, a transitar un Camino, un laberinto, a vencer una serie de pruebas.
Para algunos era una trampa para engañar al diablo, para otros el recorrido de una prueba iniciática. Los arquitectos medievales utilizaron la figura del laberinto como una sustitución simbólica de la peregrinación a Tierra Santa. Pero también se puede interpretar como el aprendizaje del neófito respecto a la manera de entrar en los territorios de la muerte. También se asocia el laberinto a la búsqueda del Santo Grial. En el antiguo Egipto, el laberinto era el camino sinuoso que tomaban los muertos en su viaje de la muerte a la resurrección, guiados por Isis.
Los laberintos son un potente símbolo en muchas culturas y existen desde hace miles de años. Cuando Teseo mató al Minotauro derrotó a la bestia en el corazón de la oscuridad y creó un mito que sigue vibrando y desarrollándose. Los mosaicos romanos representaron a menudo laberintos como ciudades fortificadas, mientras que en la Europa medieval simbolizaron el camino verdadero a la salvación cristiana. Se han utilizado como caminos ceremoniales, amuletos protectores, trampas para espíritus malignos y para juegos y bailes. Los laberintos han estado ejercitando nuestros pies y entreteniendo nuestras mentes durante cientos de años y se han convertido en un símbolo de la confusión.
Hoy los laberintos son más populares que nunca. Sus imágenes se utilizan en juegos, películas y publicidad y, durante los últimos treinta años, se han construido centenares de nuevos laberintos para entretener a los visitantes. Durante este tiempo también ha habido un notable resurgimiento del interés en el uso espiritual y artístico de laberintos. Recientemente Internet ha tenido mucha influencia como acicate de este renacer de los laberintos y, por supuesto, la web se considera a menudo como un intrincado laberinto de enlaces que enredan al desprevenido.
EL LABERINTO Y LA MISTICA
Una de las explicaciones de la utilización de este símbolo es la existencia del llamado laberinto de Salomón, que es una figura cabalística que se encuentra al principio de ciertos manuscritos alquímicos y que forma parte de las tradiciones mágicas atribuidas al nombre de Salomón. Es una serie de círculos concéntricos, interrumpidos en ciertos puntos, de manera que forman un trayecto chocante e intrincado. La imagen del laberinto se nos presenta, pues, como emblema del trabajo entero de la obra, con sus dos mayores dificultades: la del camino que hay que seguir para llegar al centro y la del otro camino que debe enfilar el artista para salir de aquél. Aquí es donde necesita el hilo de Ariadna(1) si no quiere extraviarse en los meandros de la obra y verse incapaz de encontrar la salida. Ariadna, la araña mística, escapada de Amiens, sólo dejó sobre el pavimento del coro la huella de su tela…
Recordemos, de paso, que el más célebre de los laberintos antiguos, el de Cnosos, en Creta, era llamado Absolum. Y observemos que este término se parece mucho a “absoluto”, que es el nombre con que los alquimistas antiguos designaban la piedra filosofal.
De esta manera, podemos considerar al laberinto como camino o vía del Conocimiento o Iniciación en los Misterios, con las pruebas que el alma debe afrontar y salvar en su reforma psicológica. “Entrar en el Laberinto” supone un conocimiento previo de cual es la “puerta” que permite su encuentro; es decir se entra en el Laberinto una vez se ha divisado, cual es el camino o vía hacia el conocimiento, la Tradición misma, con sus símbolos, ritos y mitos.
El Laberinto se traza entonces, después de la entrada en el Templo (lugar de la pila bautismal) y antes del acceso al altar; en el centro, mas o menos, de la Nave, ya que el altar simboliza el centro o punto dónde las influencias espirituales “descienden”: donde se materializa el espíritu espiritualizando la materia. De esta forma la idea de Orientación es básica para comprender el simbolismo del Laberinto, que se sitúa entre el bautismo de agua (baptisterio) y el bautismo de fuego (altar) y que corresponde, en la obra alquímica, al Blanco. Igualmente, en el Árbol Sefirótico cabalístico, el Laberinto correspondería al Mundo de Yetsirah, entre Yesod [el Fundamento, también la Luna] y Thiferet [el Amor, también el Sol]. Asimismo en el Adán Primordial [Adam Kadmon] el Laberinto se sitúa en la zona del vientre.
El Hilo de Ariadna es el que permitió a Teseo cumplir su misión. ¿Acaso nuestra alma no es la araña que teje nuestro propio cuerpo? Es el Hiram masónico, el divino Aries el arquitecto del Templo de Salomón.
EL INCONSCIENTE
Todo lo que esta fuera de nuestra conciencia se refleja en nuestro cuerpo. El cuerpo es la ventana o el espejo de nuestro inconsciente. Ahí esta grabado celularmente toda nuestra historia emocional, sentimental, psíquica, y espiritual. En nuestro cuerpo esta la llave al sótano de nuestro ser a lo que esta abajo, lo que no se ve.
En metáfora el inconsciente es cómo una sombra que existe, esta ahí y que ignoramos, ni la vemos, ni la escuchamos. La sombra como la llamo Jung es el sótano donde botamos todo lo que ofende a nuestro Ego. Todo lo que desterramos de la conciencia ve a parar al inconsciente, al sótano, a la sombra de nuestro ser. En el sótano se encuentran los arquetipos que en forma automática e inconsciente toman las riendas de nuestro decir, hacer y sentir.
ENTRE JUNG Y FREUD
Existen profundas diferencias entre la teoría de Jung y la de Freud. En primer lugar se encuentra el concepto mismo de inconsciente. Para Freud, este es el sótano pestilente de la psique, de donde surgen contenidos despreciables, instintivos y obscuros que intentan desequilibrar a la razón y desintegrar nuestro yo, y debido a ello, deben ser reprimidos. La terapia de Freud tiene como objetivo, formar una alianza para hacer triunfar el yo racional sobre las fuerzas obscuras que lo atacan. La concepción del inconsciente por parte de Jung es totalmente diferente, para el suizo, el inconsciente es un manantial de donde surge la sabiduría, la fuerza y la frescura de la vida. El problema radica en que nuestro pequeño yo burgués, es incapaz de asimilar esos contenidos y huye de ellos, temeroso de no poder controlarlos.
El fin del psicoanálisis freudiano es la integración a la vida productiva, "ser capaz de amar y trabajar" en palabras del mismo Freud. La psicología analítica de Jung es mucho más ambiciosa, su objetivo es la individuación, que es el término que los terapeutas junguianos utilizan para referirse al fortalecimiento de la mente en su conjunto (y no solamente del yo) para el ejercicio gozoso y pleno de la vida, pero también, la aceptación de la inevitabilidad de la muerte y su significado. "Uno debe vivir como si su vida durase mil años, -- decía Jung-- y literalmente morirse de vida". En este sentido, la psicología analítica de Jung mantiene marcados vínculos con el budismo, no es casualidad que gran parte de los proceso de individuación usen el mandala como vía de exploración psíquica.
Existen muchos arquetipos, entre los más importantes se encuentran el arquetipo de la madre, el de la vida, el de ego, el de sí-mismo, de la sombra, el de la muerte y el de personae. "Personae, eran las máscaras que se colocaban los actores en las obras de teatro de la Grecia y Roma clásicas". Jung, con este término, se refiere a la máscara o "pose" que todos nos colocamos al interactuar con las personas que nos rodean y que incluye la apariencia personal y los objetos con los que nos rodeamos.
La mayoría de las personae son usadas porque otorgan estatus o prestigio social al que las porta. El peligro radica en confundir la máscara con el verdadero yo, entonces nos volvemos una caricatura de nosotros mismo al dedicar gran parte de nuestra libido a sustentar la apariencia. En esos casos, el si-mismo no tiene oportunidad de iniciar el proceso de individuación. No es malo tener personae, siempre y cuando se amolden a nuestro desarrollo y no a la inversa. Un activista ambiental o un conferencista poseen personae correctas que los ayudan a relacionarse satisfactoriamente con los demás.
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